Su Majestad: El alumno

 

Raúl Marcelo Cheves para Editorial Seis Hermanas

 

Soy docente desde hace 20 años. No me engaño al señalar que durante esta etapa de mi vida, mi mundo siempre fue el Aula, a donde concurro sin reservas, por voluntad y vocación, no por obligación. Amo y entiendo a la Educación como el camino que nos permite aprender a vivir en libertad, donde la meta es sin duda el Alumno y su entorno, y junto a él, se construye ese mentado proceso de enseñanza aprendizaje. El Alumno, en este contexto, es metafóricamente hablando Su Majestad: El Alumno, porque como docente lo comprendo así. Empero, creo haber perdido el placer del Aula, del mundo del docente, porque a Su Majestad: El Alumno, lo han convertido en la cabeza visible de un régimen monárquico donde el docente es su súbdito, un peón o tal vez, el payaso que recibe las cachetadas. Baste monitorear el Sistema Educativo actual para comprender perfectamente las relaciones existentes en la Escuela Media entre alumnos, directivos y en último nivel los docentes. La Escuela, unidad táctica-funcional del Estado dentro y frente a la comunidad, la han convertido en un circo con las clásicas categorías conocidas. Creo además, no ser el único que padece este “bajón educativo”. Esta fábrica de “analfabetos con certificado”, de docentes bastardeados, tiene su responsable en el Estado, por propiciar reformas o flexibilizaciones determinantes para el avance de la incultura y que desembocaran en la malísima calidad de nuestra educación, donde Su Majestad: El alumno, es el más perjudicado, pero sea por incapacidad de raciocinio al no comprender que es “inflado” o bien por su capacidad de reconocer conveniencias y beneficios al mínimo esfuerzo, es hoy por hoy quien determina arbitrariamente, cuando, como y donde se lleva a cabo la parodia educativa que muy lejos está de su aprendizaje. Llegan a la escuela a cualquier hora y a cualquier hora concurren al Aula, donde interrumpen la clase, saludando a viva vos a sus compañeros, haciendo todo el ruido posible pero imposible de llamarles la atención. El Aula es un concierto de timbres de celulares, de risas, conversaciones y desatenciones con permanentes molestias. No se les puede llamar la atención porque reprochan al docente y con esmerada cara de piedra lo enfrentan negando sus acciones. Y mucho más, ante una mirada pasiva de las autoridades que se limitan a documentar su enojo hacia el docente por haber osado pedirles silencio, quien además debe dar explicaciones de porqué molestó al “alumno molesto” o quizás justificar su proceder. No son la mayoría, pero sí los suficientes para subordinar a todos a sus designios de realeza. Cuánto tenemos que naturalizar, internalizar. Hasta dónde tenemos que retroceder para que el alumno pueda aprobar una asignatura sin haber estudiado, concurriendo a voluntad, comportándose a su libre criterio y albedrío, y faltándonos permanentemente el respeto. Sería conveniente que el señor Estado o la señora República, se quitasen de una vez la careta y propicien una reforma educativa donde los programas de estudio sean responsabilidad de Su Majestad: El Alumno. De esta manera tendríamos contenidos mínimos para un rápido Nivel Medio. Tal vez indicando en un mapa el lugar exacto donde suben y bajan del ómnibus para ir y venir a la escuela podría ser la expectativa de logro para Geografía o la biografía de Maradona como contenido mínimo para aprobar Historia. De estarse de acuerdo se podría también propiciar una reforma constitucional que contemple la certificación de su Nivel Secundario juntamente con la obtención del DNI. Cuánto dinero nos ahorraríamos, pues de todas maneras la calidad educativa es tan mala y los alumnos no van a la Escuela a estudiar, sino a socializar y obtener un “analítico” sin haber aprendido nada. Esto es responsabilidad del Estado que ve al docente como variable de ajuste o enemigo, y al Alumno y familiares como potenciales hacedores de protestas o de mala prensa. Y también, porqué no, votantes. Esta es la generalidad del día a día, donde los docentes nos hemos convertidos en trabajadores sociales dedicados a la restitución de derechos en el plano social. No estamos enseñando, estamos aprobando. Sin recursos, prisioneros de un Estado extorsivo que mira “la paja sólo en el ojo del docente” y reconoce en el Aula una igualdad con los alumnos, en franca mal interpretación de nuestra Constitución Nacional. La excepción existe –muy desalentadora-, donde una minoría muy mínima de jóvenes, aprende, inventa y progresa. Su Majestad: El Alumno, es sin dudas el invento más perverso que el Estado haya engendrado en los últimos tiempos y sólo superado cuando a principios del Siglo pasado inventó y desarrolló el arquetipo político-social llamado “Menor”. En la editorial del diario El Día de nuestra ciudad, publicada el Domingo 21 de marzo del corriente año, se consultó a directivos, docentes y estudiantes de diferentes colegios sobre el funcionamiento de los "acuerdos institucionales de convivencia". No pongo en duda sus resultados, aunque mis reservas en cuanto a la reciprocidad entre problema-solución, por otra parte no creo que el directivo de la escuela, opine diferente a la política imperante en el área educativa. En cuanto a los docentes, la solución a uno, o dos, o tres problemas, son sólo ejemplos de casos puntuales que de acuerdo a la óptica empleada podría interpretarse que en definitiva fue una concesión dada a una exigencia de Su Majestad: El Alumno. No se propicia bajar los brazos y claudicar en nuestras expectativas como docentes –aunque cada día se hace más y más difícil- ni retornos a practicas pasadas, como tampoco ser meros observadores de esta decadencia, sino a nuevas instancias, donde directivos, preceptores y auxiliares, sean el reaseguro de los derechos y obligaciones de las partes en el Aula, porque en el Aula, Su Majestad: El Alumno, no es superior ni igual al Profesor. Empero, un “Código de convivencia”, deja en soledad al docente como único responsable de la disciplina, frente a Su Majestad: El Alumno, quien permanentemente exige respeto sin reciprocidad, y derechos sin obligaciones.

 

Puiblicado diario El Día, La Plata, Argentina: 13 de mayo de 2010.