Sin
Europa
Por Raúl Marcelo Cheves para Editorial Seis Hermanas
A partir del preciso instante en que los
europeos pisan nuestra pachamama, se inicia un proceso de avasallamiento y
opresión, surgido del principio de negación del semejante y sostenido con
desmedida voluntad de exterminio. Con ello detuvieron la evolución de las
culturas existentes –felizmente no destruidas- y el transplante de todas sus
instituciones con el propósito de “sentirse
mejor” y “en paz con Dios”, en una geografía que les daba buenos
dividendos, poder e inconfesables satisfacciones personales.
La historia nos demuestra como asumimos esa
desagradable condición de vencidos y las consecuentes reacciones ante los
hechos que se fueron sucediendo; de como estuvo siempre presente el “complejo
de la malinche”, ese “complejo de
inferioridad” o “síndrome de la
carabela” -representativo de todo lo sucedido después- por el cual
desaprovechamos oportunidades y momentos para realizar un cambio y resignarnos a
una continuidad perdedora.
Cierto es, que América hizo detener el ritmo
cardíaco de Europa, obligándola a vivir y a escribir su vida sobre algo nuevo.
El problema es que Europa no estaba preparada intelectualmente y tampoco sabía
escribir bien, sobre todo lo presentado ante sus ojos, personas maravillosamente
diferentes, habitando tierras lejanas con costumbres igualmente diferentes. Si
bien ambas culturas poseían un espacio analógico de carácter inhumano e
inquisidor, nuestros antepasados, aún estando y viendo peligrar sus hogares y
terruño, tenían voluntad de dialogo amistoso y abierto, sin pretensiones
mercantilistas o ceguera de riqueza. El mundo en general quedó diferente, en su
devenir, en sus espacios, en sus rumbos y en el espíritu del hombre mismo.
No estar preparada y tampoco saber, derivó en
que el encuentro de estas culturas milenarias, no fuera precisamente amistoso y
mucho menos agradable, más bien un choque violento seguido de invasión,
saqueo, delito, profanación, terror y muerte, dónde por la “Gracia
de Dios”, la historia la continuaron contando los invasores, procedentes
de una parte del mundo que no era la nuestra y no daba cabida para considerar
siquiera algo diferente.
Lo triste y lamentable, es que aún hoy los
estados latinos siguen atados a este modelo hegemónico, conminándolos a la
incapacidad de poder despegar hacia su propio destino. Cada 12 de octubre, se
prosigue con un ritual de antaño que se inicia con el festejo del “día de la
raza” que no es la nuestra, del “descubrimiento” que nunca fue tal, del
“encuentro de dos mundos” pero en un solo mundo, del “encuentro de dos
culturas” una exterminadora de la otra o del “día de la diversidad cultural
americana” donde la diversidad fuera traumáticamente concebida, sin
olvidarnos de la celebración de cumbres de naciones, donde resulta inexplicable
y sumamente reprochable la presencia del descendiente del conquistador
-pareciendo representarlo- y permitiendo además, que asuma un papel de
privilegio.
Debemos tomar distancia de lecturas elaboradas
desde otras ideologías y al servicio de intereses de potencias extranjeras,
para fortalecer nuestra diversidad cultural, enriquecer nuestro espacio común y
encarar definitivamente una interpretación histórica propia. El colonialismo
padecido, se ha transformado hoy, en un neocolonialismo que se manifiesta
igualmente perverso y sigue escribiendo, con curiosidad y sutil indiferencia,
las páginas de la historia, enmascarándose en una supuesta cooperación
internacional, pero con ribetes de penetración, manipulación y limosna. Si
bien las Carabelas fueron el emblema de un pasado trágico, el desembarco de
capitales con oferta de hoteles, comunicaciones, combustibles, servicios, etc.
son los iconos de una actualidad, donde nuestra tierra continúa brindando la
posibilidad de negociados para quienes cambiaron los “espejitos”
por los “teléfonos celulares” y
siguen creyéndose superiores.
Cuando se “llevaron por
delante” nuestro continente –porqué no supieron adónde venían ni dónde
estuvieron, sino años más tarde-, existían funcionarios encargados de hacer
cumplir la ley que respondían a la organización política y social de las
comunidades existentes.
Convendría entonces recordar que en tal
circunstancia, nuestros antepasados pertenecían a
civilizaciones cuyas conformaciones culturales se caracterizaban por una vasta
heterogeneidad. De igual manera que en el resto del mundo, no podemos decir que
existía un arquetipo del habitante de aquellos tiempos que representara a
todos, muy por el contrario, nuestros pueblos originarios configuraban una gama
de organizaciones económico-sociales notablemente diversas. Sólo cabría
mencionar, a modo de ejemplo, que se llegaron a distinguir entre 100 a 120
familias lingüísticas, de las que a su vez se desprendían numerosos
dialectos.
Desde grupos de cazadores-recolectores (amazónicos
por ejemplo) hasta las altas culturas andinas (como los incas) o mesoamericanas
(tal es el caso de los aztecas), cada civilización poseía ideologías e
idiosincrasias bien definidas y diferentes, con una consecuente y adecuada
estructura económica, política y social. Estas diferencias, encontradas por el
intruso, sumadas a sus intereses y a la forma que consideraron mejor para
satisfacerlos, permitieron la conformación de patrones de mestizaje con
perfiles que continuaron siendo disímiles entre sí, pero sería ilógico
desconocer que no haya tenido éxito también, en la imposición y sostenimiento
de una matriz hegemónica con referentes comunes, determinantes para considerar
una cultura común autóctona (aunque la diversidad sea lo más atrayente de América
Latina) en el marco de una historia conjunta y por supuesto, permitirnos
reconocer y comprender las formas de control social y de aplicación de la ley.
Las civilizaciones americanas presentaban
rasgos muy particulares como originales, tales como el origen autónomo de su
gobierno y el poder, como de sus centros urbanos, respondiendo a un proceso único
e independiente. De todas maneras, en las originalidades como en las
similitudes, aún en tiempos y lugares diferentes, sus procesos históricos
desembocaron en el logro de sistemas propios de organización que algunos
autores se reservan su comparación -muy atinada y lógica por cierto- con lo
sucedido cruzando el Atlántico. Otros, hablan de Estados o Imperios, asociándolos
con instituciones propias de Asia y Europa.
Cierto es, que la evolución prehispánica,
iniciada con el sedentarismo y prosiguiendo con las primeras aldeas agrícolas,
los Centros Ceremoniales, las Grandes Ciudades Teocráticas, los Estados
Militaristas hasta culminar con los Imperios, fue interrumpida por los
invasores, comenzando con la destrucción de las grandes ciudades que bien podrían
considerarse para la época y a escala mundial como mega metrópolis, dado el
gran número de habitantes, sus vastos territorios, su intensa y diversa vida
comunitaria. Tenochtitlán, por ejemplo, la
capital azteca fundada a mediados del siglo XIV, contaba a la llegada del
aborigen europeo con aproximadamente 300.000 habitantes, ejércitos
jerarquizados, disciplinados y profesionales, sistemas productivos propios, una
definida división social del trabajo y marcada estratificación social.
Todas nuestras culturas originarias tuvieron sus formas de control social
y aplicación de la ley, orientadas a la prevención y persecución del delito,
pues nadie hacía lo que quería. Tal vez las que resaltan por su clara aunque
compleja organización en la materia, hayan sido la Inca, la Maya y la Azteca,
estás últimas, representando dos caminos fundamentales para un común
denominador en la historia policial de México, Guatemala y otras naciones de
Centroamérica. Lamentablemente, las acciones, medidas o instituciones
relacionadas con la seguridad humana de sus habitantes, sus mecanismos de
control social y aplicación de la ley, no escaparon al contexto integral y
vieron interrumpido su desarrollo funcional ante el padecimiento traumático y
aniquilante de la agresión foránea. A partir de ese momento, se inicia el
proceso de desactivación de las instituciones locales y su reemplazo por las
extranjeras.
No sólo eso, España traslada a sus colonias
–que no era lo mejorcito de Europa-, relaciones de producción y sistemas de
dominación feudal donde la función de la policía tenía como objeto cuidar el
orden social establecido y los intereses de la metrópoli. En este contexto,
tras la instalación del árbol de la justicia, harán su aparición los
Alguaciles Mayores con funciones policiales y auxiliares de los Alcaldes
Mayores. La demanda oficial, se centraba fundamentalmente contra los
malvivientes que plagaban las ciudades y caminos, cada vez más numerosos y
descontrolados, situación esta, ya existente en las principales comunidades
originarias, pero con la diferencia de haber estado controlada. Posteriormente,
la Legislación de Indias pasará a regular el devenir general de los pueblos
locales; y nada nuevo bajo el sol hasta las independencias seguidas de la
conformación de los estados nacionales de cada país.
Si bien los Mayas,
no padecieron la llegada del español, sería conveniente considerar algunos
aspectos importantes de su cultura. Como sociedad políticamente organizada,
contaban con instituciones encargadas de la aplicación de la ley. En su Derecho
Penal, observamos leyes muy rigurosas con penas que podían ser crueles. El
procedimiento era de instancia única con un Juez (Batab) responsable de dictar
sentencia, sin posibilidad de apelación. Identificamos delitos tales como la
traición, las ofensas al grupo social, el homicidio, el incendio, el hurto, las
deudas, la ebriedad, el adulterio, la violación y la prostitución. Las
posibles penas que podían imponerse según el caso, iban desde la reparación
del daño, la esclavitud, los repudios, las vejaciones, la mutilación, las
crueldades, sin importar la privación de la libertad, hasta la muerte. Existía
diferenciación entre delitos dolosos y culposos, por ejemplo, en cuanto al
incendio y el homicidio.
Como personas encargadas de hacer cumplir la
ley encontramos a los Tupiles, quizás el antecedente más remoto posible de
nuestro actual vigilante. Si bien eran mejor conocidos como los policías
verdugos porque tenían la misión de ejecutar inmediatamente la sentencia del
juez de primera instancia, también cumplían funciones de mantenimiento del
orden público, de vigilancia general, de mediación y arbitraje en todo tipo de
controversias.
Los Aztecas en cambio padecieron la llegada de los extraños. Poseían
una administración de justicia con capacidad de respuesta muy eficaz para el
mantenimiento de su convivencia comunitaria. El habitante estaba amparado por
las leyes y si las violaba, era castigado severamente. Su Derecho se basada en
la costumbre e íntimamente ligada a la educación familiar, escolar –que era
severa en extremo-, a la moral, a su religión, la vida en comunidad y a sus códigos
de convivencia. Existían tribunales comunes y especiales además de una
instancia de apelación. En el primer caso, encontramos al juez de elección
popular, competente para asuntos menores y, un tribunal de jueces vitalicios
para la atención de asuntos más importantes. En el segundo caso, los
tribunales poseían jurisdicción y competencia en materia de asuntos
mercantiles, asuntos de familia, delitos de índole militar, asuntos tributarios
y relacionados con el arte y la ciencia, así como para sacerdotes.
En su fuero penal, se trataban delitos tales
como el homicidio, asalto en los caminos o raterías en los mercados, el robo,
las deudas, la homosexualidad de ambos sexos, la violación, el estupro, el
infanticidio, el incesto, el adulterio, los delitos contra la estabilidad
social, la rebeldía, hechicería, la traición o la muerte de esclavos, la riña
y las lesiones, la embriaguez pública o de los nobles dentro del palacio, para
cuyos autores les podía corresponder la pena capital, que existía y era
ejecutada de manera cruel, como la quema en la hoguera, el ahorcamiento,
ahogamiento, apedreamiento, azotamiento, muerte por golpes de palos, el
degollamiento, empalamiento o desgarramiento del cuerpo. Otras penas aplicables,
eran la esclavitud (castigo empleado hasta restituir el monto sustraído en los
delitos contra la propiedad), el destierro definitivo o temporal, la perdida de
ciertos empleos, la destrucción de la propiedad privada o encarcelamiento en
prisiones (aunque esta última fue lentamente eliminada), la indemnización (en
caso de riña y lesiones, por ejemplo) y aún más, pues de conformidad a las
características del delito, los efectos de los castigos se extendían a los
parientes y los cómplices recibían el mismo castigo que los autores.
La estructura policial era variada y compleja
pero bien coordinada y lograda. Sus funciones estaban orientadas
preponderantemente a resguardar el orden político y social de la sociedad.
Encontramos en primera instancia y de carácter preventivo, a los Jefes de
Barrio (Calpullec o Jefe del Calpulli), quienes además, estaban encargados de
mantener el orden y la vigilancia de su vecindad, de la limpieza de las calles y
los frentes de las casas de los habitantes, evitar la llegada de gente
procedente de otros barrios con fines delictivos y actuar de mediadores en
pleitos vecinales. La vigilancia de los graneros públicos, era también
prioritaria por considerarlos de interés para el Estado. Espero que los puedan
imaginar, paseándose por sus calles, fáciles de identificar por su porte
personal, vestimenta y portando un brazalete. Es más, cada vigilante tenía un
brazalete formado por cintas de colores, las cuales identificaba su grado y el
barrio donde actuaba. Desde esos tiempos hasta la fecha, el vigilante fue el
primer contacto del gobierno con el habitante, quien de alguna manera y gracias
a su trabajo, forjó y sostuvo el verdadero concepto de administración pública.
Cabe resaltarse, que existían además,
funcionarios encargados de vigilar el tránsito de canoas por las vías de
comunicación pluvial, conocidos como calmimilolcatl, además de los guardianes
de los mercados llamados tianquizpan, quienes evitaban los abusos y la corrupción
y tenían que mantenerse en constante alerta debido a que se les obligaba a
cubrir parte de lo robado si el ladrón se les escapaba de las manos. La función persecutoria,
la ejercían los llamados Topilli, quienes aprehendían a los delincuentes y los
conducían de inmediato ante la autoridad respectiva. Completaba el sistema, un
grupo especial que bien podría reconocerse -con parámetros actuales- como una
policía secreta, muy común para todos los imperios del planeta.
El Tawantinsuyu
o Pusinsuyu (sea en quechua o aimará), dejó asombrados a los invasores,
quienes lo reconocieron como un verdadero Estado o Imperio, de la misma forma
que reconocían al Imperio Británico. Lastima que nuestros antepasados no
tuvieron su Trafalgar. Debemos reconocer una sociedad políticamente organizada,
con un sistema judicial bien definido, determinado y con una clara filosofía.
Su Ley, igual para todos y no escrita, aseguraba
al habitante contra todo género de necesidades entre las que figuraba la
seguridad. Ninguna persona podría estar sin casa,
comida o ropa y cuando se le acusaba de un crimen, se le enjuiciaba.
Las tres máximas cardinales de su moral
social: "Ama llulla (no mentir), ama súa (shua – no robar), ama qhella
(quilla - no ser ocioso)”, definen también y sustentan su sistema
judicial, en particular el penal. No mentir, una cualidad que se inculcaba desde
el seno familiar y acostumbraba al pueblo a ser franco y leal. Al no existir la
propiedad individual sino que todo era de todos, entonces, apropiarse de algo
ajeno, de algo que no hubiera producido, era impensado pero por si acaso,
constituía un grave delito y era severamente castigado. Por último, como el
trabajo era obligatorio para todos los que estaban en condiciones físicas e
intelectuales de hacerlo, no tenía cabida ser ocioso. En cuyo caso, no
trabajar, era también un delito castigado gravemente.
Consecuentemente, el control social fue
sumamente estricto y respondía a una inteligente organización que comenzaba
con la autoridad primaria e inmediata del Jefe de familia (el Purec) que revestía
carácter de funcionario del Estado. Ahora bien, en una primera etapa, un
conjunto de familias representaba el Ayllu, cuyo jefe -también funcionario
estatal- era un Curaca en tiempos de paz y un Sinchi en época de guerra.
Posteriormente, el control estatal jerarquizó
aún más el esquema organizativo y funcional de su sociedad, respondiendo a múltiplos
de diez, hasta llegar al Suyo, una de las cuatro regiones del Tawantinsuyu, a cuyo cargo estaba un
funcionario nombrado por el Inca.
A partir de este esquema, su estructura
policial, quedaba conformada por una espesa red de funcionarios de diferente
nivel de incidencia y competencia, con funciones de observadores, informadores,
inspectores y superintendentes, que controlaban escrupulosamente cada acto de
cualquier vecino, y en especial de los pertenecientes a la administración pública.
Para todo caso, la
autoridad encargada del cumplimiento de la ley estaba cerca de las personas,
poseedoras de una cultura altamente moralista, lo cual la hace de por sí
preventiva y muy poco quedaba a la necesidad de actividades relacionadas con la
represión, fuera de las ya nombradas. Aún así, había delito y para ello, la
intervención estatal se hacía sentir con rápida respuesta y firmeza.
De igual manera que lo sucedido en la cultura azteca, el proceso de invasión y destrucción, interrumpe el natural y lógico devenir de sus instituciones entre las que se encontraban las correspondientes a la aplicación de la ley.
A modo de corolario, la influencia y dominación foránea interactúa de manera diferente en los muchos y diversos grupos sociales con resultados igualmente diferentes –verificada hasta actualidad-. Empero, advertimos la conformación de un eje transversal que constituye un puntapié inicial muy importante para permitirnos una auténtica lectura y análisis de una Historia Latinoamérica, sin olvidos ni exclusiones y felizmente representativa.
De corolario, las formas de control social y aplicación de la ley de las civilizaciones originarias, variaban de una a otra en función de sus culturas, necesidades y estructura política. Baste citar, que mientras los Aztecas consagraban la propiedad privada y estaban dadas las condiciones para la movilidad social, entre los Incas, la propiedad privada no existía y la posibilidad de ascenso social era casi nula con excepción de un servicio militar que le otorgaba al beneficiado y a su término, ciertos privilegios. Aún así, presentaban características comunes en cuanto a que:
Bibliografía:
Cheves, Raúl Marcelo: "El modelo policial hegemónico en América Latina", Seis Hermanas, La Plata, 2008.
La Plata, 1492 - 12 de octubre - 2010