Acerca de Policía en Naciones Unidas II

I. Introducción.

            Ratifico en todos sus términos el contenido y espíritu que guiara la introducción de la primera edición de este libro, de cuyo texto los invito a recordar:

            Una advertencia: ¨... los responsables de fijar los lineamientos políticos y técnicos que hacen a su desempeño, parecieran denotar un marcado confundimiento o desconocimiento de la materia, toda vez que se evidencia un divorcio entre las actuales legislaciones policiales y el espíritu de la comunidad que exige de su policía una respuesta acorde que no siempre recibe.¨.

            Y una recomendación: ¨Surge entonces, la necesidad urgente de reformular los regímenes policiales, principiando con una Ley marco que redefina en función de un correcto rescate por parte del legislador del espíritu comunitario, permitiéndole fijar una metodología distinta al modelo hegemónico tradicional, fortaleciendo sus relaciones con la mandante. Esta norma, determinará también los controles de gestión convenientes para evitar su mal empleo, coyuntural o permanente, en tareas que no le son propias o estén normadas por otros instrumentos como en situaciones inequívocamente delictivas, de cuestionable constitucionalidad, muchas de ellas so pretexto de combatir el delito. ¨.

               Hoy, estoy totalmente convencido que el término denotar, fue utilizado benévolamente, pues en realidad los responsables de fijar los lineamientos políticos y técnicos que hacen a la Policía, no poseen ni quieren poseer, siquiera una idea y menos aún el conocimiento sobre el tema, como al decir confundimiento, es en realidad una clara falta de voluntad política para promover un verdadero cambio en materia policial; estoy convencido también que una mezcla de soberbia, ausencia de idoneidad para ocupar cargos públicos, obsecuencia y poder; conforman una situación muy especial y particular, donde tanto el ciudadano común como el funcionario policial, se encuentran completamente desprotegidos ante la delincuencia y el propio Estado.

            Reconocemos y comprendemos al Estado como una construcción cultural del hombre cuyo propósito fundamental es el bienestar de todos los integrantes de la comunidad. A esto llamamos bien común, el cual debe lograrlo, asumiendo la responsabilidad de conformar una situación que propicie el mejoramiento de la calidad de vida y la convivencia social, donde su eje nuclear y rotacional sean el hombre y su dignidad.

            En este contexto, promoverá, satisfará y garantizará, en el aquí y ahora de cada Sociedad, determinadas variables que se corresponden con las necesidades de aquella y que son, entre otras y sin caer en funcionalismos: salud, educación, trabajo, justicia y seguridad.

            De esta manera, sí o sí cumplirá con esta subsidiaridad pues de lo contrario pierde su razón de ser, se ilegitima, se deteriora y destruye.

            Por ello, las políticas públicas de los sucesivos gobiernos deben orientarse hacia tales fines en general, y en la materia que nos ocupa, hacia la Seguridad.

            El devenir histórico nos lleva a reconocer que si bien existieron tales políticas, lamentablemente, se conjugaron en ellas una serie de factores entre los que primaron, preponderantemente, la conveniente tendencia hacia un fuerte control y disciplinamiento social como la falta de idoneidad en todos los niveles de la conducción tanto política como técnica, de muchos funcionarios deliberadamente designados por los gobiernos de turno para ocupar cargos públicos, quienes aportaron como es lógico, un desconocimiento profundo y notable de la función a cumplir, además de sus siempre patrióticas mentes empíricas y de moral utilitaria, con su variado catálogo de falta de ideas y creatividad, característico en la mayoría de las administraciones públicas.

            Pero cuando hablamos de Estado, debemos también incluirnos y aquí encontramos irresponsabilidades de ambas partes. Por un lado, el conformismo individual tornado en el olvido de delegar sin participar por mucho tiempo, en la satisfacción de la necesidad básica de Seguridad, y por el otro, la omnipotencia de los gobiernos de turno de autoerigirse en Estados, y consecuentemente llevar adelante la exclusividad en la adopción de medidas de orientación partidista, muchas de las cuales, como es el caso de la Seguridad y la Agencia Policial, erróneas e inadecuadas.

            Entonces, si bien la cuestión de la Seguridad es resorte inexcusable del Estado y los gobiernos deben fijar políticas al respecto, la comunidad debe necesariamente participar en la elaboración y fiscalización de tales políticas a través de sus legítimos representantes, y en caso contrario, exigirles y reprocharles, individual y/o grupalmente, por su falta de dedicación y/o inoperancia; pero de ninguna manera, interpretarse y llegado el caso, tolerarse, que el primero devuelva o pretenda compartir esa responsabilidad con la segunda.

            La tarea policial en los tiempos que estamos viviendo, va más allá de una mera especialización en materia de persecución del delito si no está definida por su compromiso comunitario de asistencia y acompañamiento ciudadano.

            Resulta entonces importante, orientar los esfuerzos estatales para formar a los funcionarios del orden como agentes sociales destinados a defender y facilitar la vida comunitaria mediante una debida y adecuada interacción cotidiana que permita la salvaguarda de los derechos humanos.

            En este contexto, una reforma policial debe reconocer más que nunca que ya no basta con una acción refleja ante el delito en el marco de una política institucional y menos aún emparentándola con la pobreza, sino también y mejor, en prevenir las múltiples causas que generan estas conductas, para lo cual asumirá un rol preventivo y pedagógico permanente.

            El policía debe conducirse como ciudadano modelo y asistir en todo momento y circunstancia a los habitantes, potenciales clientes-víctimas del delito, no solamente para evitar que sean atrapados por éste, sino también de la marginación o su autodestrucción.

            Este habitante, que en general manifiesta cada vez más un creciente sentimiento de inseguridad y desprotección, justificable en algunos casos por los índices de criminalidad y en otros por la calidad de la misma, producto de una situación muy compleja donde intervienen variables culturales, socioeconómicas, etc., que se viven en todo el mundo, se ha convertido en un observador pasivo del poder público, esperando una acción siquiera que garantice la paz social y le permita una vida más armónica en la comunidad.

            Tal vez considerando que la disminución de los problemas que afligen a la Sociedad, especialmente los de la Seguridad Pública, solamente se alcanzará con la participación de todos sus sectores a través de un diálogo franco y permanente para hallar los caminos más correctos y aceptables.

            La correcta comprensión del papel comunitario de la Policía frente al cuadro de inseguridad, es importante para ejecutar un proceso de cambio, orientándolo hacia una percepción más realista y a su integración con todos los sectores involucrados en la problemática.

            Pero una cosa es un sistema de seguridad y otra un sistema policial. Este último está comprendido en el anterior. Debe desterrarse la idea rectora que la responsabilidad de la Seguridad debe recaer exclusivamente en lo policial, ello corresponde a la Sociedad toda y a través de sus actores. También, un error muy frecuente, es emparentar a ultranza a la policía con el sistema de justicia pues solamente una mínima parte de la misión de la primera, está comprendida en la segunda; el resto es preponderantemente social.

            La Policía debe estar dedicada con plenitud de efectivos y medios, al cuidado de la Comunidad, llevando a cabo una prevención del delito en él más alto concepto de la medida. Esto requiere de una metodología que concilie su operatividad, necesariamente científica y tecnológica; con su acción mediadora y orientada a la resolución del conflicto social, lo cual y en primerísima instancia, no incluye funciones judiciales ni penitenciarias como tampoco las impuestas desde o por otras reparticiones públicas, en tanto y en cuanto su cumplimiento exceda el principio de auxiliaridad y tornarse en delegación de tareas, o que encontrándose tales tareas en la auxiliaridad, puedan entorpecer su servicio específico.

            La irregularidad de estos servicios supletorios trasciende en lo externo hasta vulnerar las expectativas sociales y en lo interno, hacia la pérdida de identidad de los efectivos policiales, los cuales van mentalizándose que pertenecen más a una empresa de multiservicios que a una Institución policial.

            Un ejemplo de como la auxiliaridad se degenera en delegación perversa de funciones, lo ofrece la actual situación de la mayoría de las dependencias de la Policía de la Provincia de Buenos Aires en la República Argentina, donde un promedio del 80 al 90% de sus potencialidades humanas, logísticas y financieras, está absolutamente destinado al alojamiento, custodia y traslado de detenidos, siguiéndole los depósitos judiciales preponderantemente de automotores y una actividad de corte netamente administrativa para la esfera oficial y privada, destinada a notificaciones y diligenciamientos ordenados por el Poder Judicial como de actuaciones labradas para empresas privadas. Con esto, además de desvirtuar su misión, confundir a sus integrantes y anular su operatividad, muy poco queda para atender debidamente los reclamos comunitarios.

            Algunos hablan de la relación policía-comunidad como de grupos o entidades diferentes; otros, en el mejor de los supuestos, como si fueran las dos caras de una misma moneda. Para todo caso, se agregan características como distancia, divorcio, enfrentamiento, malas relaciones.

            Pero la Comunidad es una sola y por ello, dentro de ésta, están también los funcionarios policiales y la institución policial, conformando un subgrupo dedicado a proteger al resto de sus integrantes, colaborando con su servicio en el desarrollo de la misma y de cada quién en particular.

            De manera tal que cuanto hablamos de inadecuadas relaciones, en realidad, algo está funcionando mal (policía) dentro de un todo (comunidad) o cuando decimos distancia social, en realidad tal distancia no existe pues forman un mismo universo.

            Ahora bien, ¿qué funciona tan mal?.

            El servicio policial implica necesariamente asumir un rol referencial que le da su propia comunidad. Esta tiene a su policía como referente porque a la policía se concurre, se la requiere, se la tiene presente porque se la necesita.

            Gran parte de este servicio importa el contacto personal de los funcionarios policiales con el resto de las personas, en especial cuando en la aplicación de la ley, deban llevar a cabo por ejemplo, identificaciones, arrestos u allanamientos. Esto los obliga a asumir otro rol inexcusable y propio de la función, que es el de operadores de contacto.

            Las situaciones que puedan sucederse al producirse ese contacto son múltiples y diversas, tantas como pretender catalogar lo imprevisto, pero sí podemos prever y acotar un muy importante escenario de posibilidad de hechos y conductas ilegítimas e ilegales.

            El Estado, a través de sus gobiernos como de la participación ciudadana, cumple un papel fundamental preparando a las partes para que ese contacto sea en principio el estrictamente necesario, el debido y correcto o dicho de otra manera, legal y legítimo.

            En lo que respecta a los policías, no cualquiera puede serlo, y sin embargo muchos lo son, de manera tal que debe existir una severa selección primando entre otras características, la vocación, sus condiciones, experiencias personales y grado de formación. Será bien salariado, en el marco de adecuadas condiciones generales y particulares de seguridad e higiene laboral.

            Debe establecerse un riguroso sistema de seguimiento funcional permanente del agente policial en virtud de su riesgosa e insalubre labor cotidiana que permita: su actualización y capacitación profesional; el conocimiento de su salud, rendimiento, relaciones personales, funcionales y con el público; su contención integral para su bienestar general; la posibilidad de detectar y revertir toda situación lesiva o ilegal para la Comunidad en la que esté involucrado.

            En materia doctrinal, todo funcionario policial debe saber perfectamente para qué está en la calle (sus incumbencias), qué tiene que hacer en ella (campo y límites de su actuación) y qué se espera de él (que su contacto con la gente para la aplicación de la ley, sea la expresión más pura del respeto y protección de los derechos humanos).

            Este policía debe tener bien en claro que su objetivo es amparar al inocente de la delincuencia como de toda otra forma de abuso social o estructural y no cumplir cegadamente, con un ritualismo institucional donde la orden del superior, muchas veces ilegal e ilegítima, pueda obedecerse por sobre o más allá de la Ley.

            En cuanto al público en general, ya dijimos que el Estado debe proveer al bien común, asegurando al menos, la satisfacción de sus necesidades básicas, tales como salud, educación, trabajo, acción social, etc., que con ello, se estaría conformando una situación en la que se sienta seguro, es decir, exento de todo riesgo, lo cual forma parte también de la prevención del delito, y no solamente por el buen funcionamiento del aparato policial. Que se procure una Ley fuerte para afrontar el flagelo de la delincuencia, pero que sea igualmente fuerte contra las causas que la provocan.

            Además, el público debe conocer perfectamente la misión y funciones de la institución policial porque es su derecho, a la vez que de las problemáticas emergentes para lograr sus propósitos. Debe proveerse también el efectivo conocimiento de la Ley vigente, de las instituciones judiciales, sus procedimientos y accesos.

            Que la publicidad de los actos de gobierno llegue hasta los clubes de barrio, pasando por las escuelas y no solamente en boletines oficiales, cuya única lectura la realiza el encargado de archivarlos, pudiéndose incorporar a quienes pueden comprarlos, saber además donde hacerlo y estar en condiciones de comprender lo que dicen. En este sentido, no debe apabullarse a la gente con letras y tecnicismos, dado que poco le interesa saber si en la Policía existe una Dirección con tal o cual denominación a cuyo cargo se encuentra el cumplimiento de tal o cual misión; el público quiere en definitiva que lo protejan porque conocer un organigrama policial, poco le sirve para su seguridad personal.

            Lo cierto es que ambos, policías y público, al momento del contacto, deben encontrarse en las mejores condiciones de vida y bienestar posibles, con el propósito de evitar que afloren manifestaciones propias de cualquier descontento y frustración. Pero como esto no ocurre, la combinación es extremamente peligrosa y generadora de situaciones de mutua agresividad que poco aportan para acortar su distanciamiento.

            En cuanto a los funcionarios policiales, descubrimos que en nuestra región de América Latina y El Caribe, la mayoría están mal pagos, empobrecidos con inadecuadas condiciones de vida, precariamente capacitados, mal vestidos y sin el equipamiento adecuado para su seguridad y estética; cansados por las jornadas laborales que deben cumplir para poder subsistir como de las obligaciones de un servicio excesivo a la vez que irrespetuosamente tratados por sus superiores, quienes por otra parte, ni siquiera les comunican coherentemente las órdenes para cumplir debidamente con sus tareas.

            Finalmente, observamos que la doctrina de las Naciones Unidas en materia policial no está siendo aplicada convenientemente. Algunos países ya contaban desde mucho antes con estos preceptos; otros, iniciaron un proceso lento pero que a su término los fueron incorporando en sus legislaciones, lo cual significa un paso muy importante, aunque su aplicación efectiva todavía presenta algunos inconvenientes y problemas; y finalmente, un remanente de países que aún ni siquiera han comenzado a considerarlos. Sirva entonces mi libro, como un humilde aporte para revertir esta situación.

 

            La Plata, Verano del año 2000 del Señor.

                                                                            Raúl Marcelo Cheves

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