El autor ante una nueva edición

 

La policía es una de las instituciones más importantes del Estado de Derecho. Su creación, funcionamiento y contralor están regulados por la ley con el propósito fundamental de hacerla cumplir.

Pero la ley a cumplir, no reunió siempre las exigencias que actualmente se le imponen. Tiene sus prolegómenos, en primitivas expresiones logradas a través de contactos interpersonales y grupales con el propósito de solucionar situaciones cotidianas que representaban problemas comunes –ante la inexistencia del Estado– para beneficio de las partes. Estos contactos, se irían perfeccionando y conformándose en costumbre social como manifestación pura y originaria de una cultura naciente y creciente.

En este contexto, nace lo que hoy llamamos policía, como construcción cultural de la gente –anterior al Estado y al Derecho mismo– y respuesta natural a un fuerte sentimiento y necesidad de seguridad y protección, como de hacer todo lo posible para lograrlo.

En la concepción occidental, sostenida por algunos autores, dan cuenta de que la policía propiamente dicha, es un invento reciente, correspondiéndose únicamente como institución propia a partir de la Revolución Industrial. Otros, la tratan como un desprendimiento de la Institución Ejército con lo cual nos alejamos aún más hacia el pasado. También, que es la consecuencia del resurgimiento de las ciudades a fines de la Edad Media o producto de la Edad Antigua con sus antecedentes en Grecia y Roma. En este sentido, sostenemos dos posiciones fundamentales, en primer término, que la policía como sentimiento y variable importante y necesaria para la calidad de vida de los habitantes, ha existido siempre y, en segundo término, sin desestimar ninguna de las afirmaciones anteriores, pues consideramos a todas valederas, las civilizaciones originarias de nuestra región, poseían hasta producida la invasión y desde mucho tiempo antes, instituciones de aplicación de la ley con misión y funciones definidas en relación a cada pueblo, alguna de las cuales con notables similitudes a las europeas, tanto para esa época y aún en la actualidad.

De manera tal que desde tiempos muy remotos se pactaron conductas y modos de vida que derivaron en acciones y medidas que evolucionaron hacia una responsabilidad, recaída en una primera etapa, sobre personas especialmente designadas, para luego crear y sostener en las comunidades, estructuras organizativas y funcionales en dimensión y complejidad adecuadas, que se encargaban de velar por el cumplimiento de las normas pactadas para hacer posible la vida en común.

Pero la conducta violenta –la producción del delito por ejemplo– como respuesta también humana para lograr satisfacer ciertas necesidades propias, inicia su protagonismo histórico simultáneamente al sentimiento e idea de un comportamiento policial que igualmente satisfaga necesidades como la seguridad y la protección. Es evidente que el ser humano observa y presiente en su semejante, la posibilidad de delinquir como la de ser víctima de esa acción, muy a pesar del sistema sociocultural en el que está inmerso y sin que ello descarte la conjunción de multiplicidad de factores, razones y oportunidades, que la sociedad misma y a través de sus actores, puedan llevar a su mínima expresión, aunque nunca neutralizar completamente.

En consecuencia, su estudio no puede –ni debe– llevarse a cabo al margen de la Historia de la Humanidad pues nace y evoluciona con ella. Por ello, vamos a dedicarle a nuestro pasado, lo estrictamente conveniente para la identificación, extracción y análisis de hechos relevantes y representativos de aquellos estadios culturales, donde nuestros antepasados se ocuparon de diferentes maneras sobre el aspecto policial, procurando carecer de influencias del presente, y a expensas de nuestras opiniones, rescatando e interpretando esos acontecimientos con la prudencia de no recurrir a suposiciones que serían negativas para el cometido.

Los tiempos modernos y recientes, nos permiten un nivel de accesibilidad y respuesta mejor documentada y estructurada. Pero recurriendo a los períodos históricos del Mundo-Europa, ¿Podemos hablar y escribir acerca de una Prehistoria, de una Historia Antigua y Medieval sobre la policía?

No es mi deseo que algún alumno o lector considere estar ante un anacronismo o absurdo, peor aún, provocarle indiferencia, sospecha, sonrisa o hasta imaginación –por ejemplo– acerca de un árbol o caverna con una manifestación jeroglífica que signifique policía.

De ninguna manera y en rigor, debemos convencernos de que es absolutamente pertinente, en tanto y en cuanto comprendamos que si bien en los orígenes de nuestros pueblos, no hubo instituciones depositarias o encargadas de hacer cumplir la ley como las ahora conocidas y denominadas Policía; los mismos poseían necesidades personales y colectivas, que tenían que ver con su seguridad y el orden –entre otras no menos importantes–, desarrollando para ello, un sistema sociocultural tendiente a satisfacerlas mediante tareas y funciones concretas, objetivas y dirigidas inequívocamente a sentirse protegidos y seguros dentro del medio hostil que les tocó vivir.

Los latinoamericanos tuvimos dos procesos históricos diferentes con relación a las instituciones de aplicación de la ley. El primero fue propio y originario, pero a la vez diverso y en función de cada nación, y el segundo, fue adquirido, implantado y estandarizado por los invasores, consecuente con sus intereses y mutando hasta nuestros días.

El desarrollo de este último proceso, se ha basado en la teoría occidental europea, construida y sostenida por quienes acotan una historia policial evolucionando a partir de su origen grecorromano, e indiferentes a la real extensión y dimensión del proceso desarrollado por nuestros pueblos, donde la policía representó igualmente, una construcción sumamente importante de su cultura.

Si bien en ellos, coexistía una clase guerrera dominante, se transitaba una conciliación entre la teórica de la guerra y un fuerte control social por un lado, y la seguridad humana integral del habitante por el otro, lo cual marca una diferencia con las civilizaciones europeas, que dieron mayor significación y preponderancia a la Teoría de la Guerra. Bajo esta doctrina, adquiere sentido el control interno de sus sociedades, que en principio se depositara directamente en grupos de soldados, asignándoles funciones que en la actualidad son de inequívoca competencia policial –control urbano, allanamientos y detenciones, por ejemplo–, situación determinante para sustentar con argumentos históricos y culturales, una militarización de las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley, trasladadas a nuestras tierras e impuestas por el invasor a partir de 1492 y que prevalecen hasta la actualidad.

En contrasentido, surge la Teoría de la Seguridad Humana, descubierta y sostenida sobre la base de comprender al proceso cultural desarrollado por las civilizaciones, como respuesta integral a todas sus necesidades y derechos naturales –personales y grupales–, dentro de los cuales encontramos la seguridad. Pero para ello debemos poseer una policía con propósitos de bienestar común, reemplazando a aquella que lamentablemente, sigue encerrando una manifestación de poder, empleada en misiones no compatibles con la de su origen y en franca violación de los derechos de las personas.

A través del tiempo, las instituciones policiales latinas han demostrado una gran capacidad para la notoriedad, no solamente en lo que hacen, sino en cómo lo hacen. No han pasado por cierto, desapercibidas.

Esta notoriedad, adquiere ribetes particularmente dramáticos cuando se trata de actividades que bajo ningún concepto debieron haberse desarrollado por su condición de agencias públicas encargadas de la aplicación de la ley. Los niveles de peligrosidad registrados para el cumplimiento de su misión, determinaron la criminalización de sus funciones, su fracaso institucional con marcado cuestionamiento social, agravados justamente por su condición de tal.

En el presente estudio, pretendemos comprender, analizar y explicar –no justificar–, por qué una institución dedicada a la defensa social y la protección de los derechos humanos de sus cohabitantes, ha venido desarrollando acciones de alto grado de vulnerabilidad y victimización.

No va a sorprendernos descubrir el papel importante representado por el Estado, que la creara y mantuviera, a la vez que imponerle una misión de permanente observación, contralor y sometimiento de las personas, necesaria según el grado de interferencia que éstas pudieran lograr sobre sus propósitos, llegando inclusive a situaciones de carácter violento o delictivo.

El tratamiento de un modelo policial, no es solamente una tarea técnica y específica en la materia, sino también histórica, económica, jurídica, social, filosófica y política, en estricta simultaneidad. Es en esta conjunción de disciplinas, donde radicó siempre mi reserva acerca del correcto enfoque que se le daba al tema.

Durante muchos años he enseñado sobre la policía y el modelo hegemónico en el cual vivimos atrapados en toda América Latina. No faltó oportunidad en que mi pensamiento sufrió marchas y contramarchas, producto de conceptuar presupuestos que se entrecruzaban. Hasta qué nivel, las situaciones cotidianas de su trabajo, no solamente se correspondían con la influencia inmediata de sus conducciones institucionales y políticas, sino descubrir una conexión que podría exceder nuestro poder de comprensión, pues se establecían relaciones que tenían que ver con el plano más alto de lo internacional.

Ahora bien, hablar de un modelo es reconocer una estructura o sistema, cuyas características y cualidades, sean materiales o morales, poseen una magnitud y perfección tal, que merecen ser imitadas, seguidas o reproducidas. Si a ello le agregamos el término hegemónico, definitivamente estaríamos ante una estructura o sistema de suprema perfección que lo ubica por encima de cualquier otro, con exclusividad y unicidad.

Lamentablemente, el modelo hegemónico del cual hablaremos no tiene nada de superior, supremo y mucho menos perfecto, aunque sí de exclusivo y único pues resultó ser el más malo y perverso que se pudo crear y sostener hasta la actualidad, permitiéndole al Estado formar y capacitar a sus agentes policiales sobre la base doctrinaria del "Principio inconstitucional de culpabilidad", y conminando a sus habitantes a la eterna profesión de sospechosos.

La problemática policial en América Latina –en particular la República Argentina, Patria del autor–, tiene que ver con la respuesta histórica de la institución policial a un modelo utilitarista y hegemónico que no es fortuito o espontáneo, sino deliberado y cuya génesis se pierde con los años.

Con esto no estamos afirmando –ni descartando– que fueran los conquistadores, quienes nos regalaran un modelo policial, de ninguna manera, aunque abrieron un camino de permisividad para muchas características clásicas, en materia de doctrina y práctica de los tiempos coloniales, que aún persisten en la actualidad.

Efectivamente, pues si bien el actual modelo no se compadece con la estructura de aplicación de la ley traída por los europeos –pues es mucho más reciente–, instauraron su modelo de vida –adaptado a la nueva geografía– que estandarizaron para todos los pueblos y sostuvieron por la fuerza, sentando las bases de un futuro proclive al consentimiento de todo diseño y construcción condicionada de carácter policial. Condicionada a las necesidades de las personas y su comunidad: No; condicionada a las exigencias e intereses del poder de turno: Sí.

El modelo policial hegemónico, es más que centenario y aún se sostiene, pese a las fuertes pseudo reformas de corte gatopardista que se le han practicado como consecuencia de esa permeabilidad o deficiencia adquirida. La conformación de las naciones al término de las guerras por la independencia colonial, y a su vez, su constitución en Estados, sobre la base filosófica del positivismo, nos ubica a finales del siglo XIX, brindándonos un punto de partida posible para su análisis que, respetando las particularidades tempo-espaciales de los diferentes países, se producen con notable similitud. No se pretende la determinación de una plantilla rígida que involucre y se aplique a todas las fuerzas policiales de la región, muchas de las cuales pudieron haber tenido un devenir histórico-institucional distinto, pero sí, identificar, demostrar y comprender una generalidad sensiblemente aproximada.

La conclusión es que el Estado construye una persona jurídica, la estructura materialmente, le impone un propósito, le asigna personas para su funcionamiento –no cualquier persona, sino una clase particular de personas– y la sostiene. Si nuestro estudio se basara únicamente en ello, obtendríamos un proceso histórico de corte fundamentalmente estético, de cambio de nombres, de tecnologías aplicadas, de modernización edilicia y logística, que no deseamos. Empero, no todo sería efímero, pues buscamos identificar aquella variable institucional deliberadamente planificada e instalada, donde se enmascara el real concepto y fines de la policía, que no es otra cosa que la axiología aplicada por los diferentes gobiernos con el propósito de satisfacer los objetivos fijados.

No vamos a llegar a nada sino comprendemos que la policía, siempre ha sido aquello, que los responsables del Estado han querido y necesitado que fuera, pero poniendo a la ley de por medio. Como vimos, muy fácil hubiera sido ubicarla cronológicamente, haciendo una comparativa de su misión y funciones como sus aspectos metodológicos en los diferentes períodos históricos –con sorprendente similitud–. Pero el tema es mucho más complejo, pues radica en la controversia de su presentación ante la sociedad de una manera y su desempeño –que le fuera ordenado políticamente– de otra.

La policía no tiene un discurso metodológico propio, sino adquirido. El discurso es introducido por los gobiernos conforme sus metas, objetivos e intereses, a través de la variable institucional citada. Por ello, sus estructuras organizativas y funcionales, determinadas por la ley, son permeables a adquirir cualquier discurso que se le impongan, lo cual representa una situación altamente peligrosa para todo sistema democrático. De nuestro estudio, resulta que el discurso instalado por la elite dominante al inicio de la vida institucional de los estados, ha satisfecho a las generaciones siguientes las cuales introdujeron algunos aportes, pero si bien fueron "significativamente insignificantes", tuvieron su cuota de perversidad. Debemos comprender, que más allá de las posibles y visibles estéticas operadas, son los aspectos filosóficos abrazados y aplicados por el Estado, los que han nutrido al modelo policial.

Tengo la certeza del tratamiento de todos los temas relacionados con la policía, desde la óptica de un policía, con una profundidad que varía deliberadamente en función de pretender que sea el lector, un participante activo en el mismo. En este sentido, este libro incrementa, actualiza y corrige su cuerpo teórico original, sobre la base de requerimientos formulados muy específicamente por alumnos, colegas y participantes que tuvieron oportunidad de asistir a mis clases y conferencias.

En el capítulo primero, abordamos La Realidad Policial, pues pretendemos identificar todos los factores que colaboran en su presentación ante la comunidad y con licencia para esbozar algunas consideraciones y respuestas.

En el capítulo segundo, profundizamos aún más nuestro estudio para identificar y analizar aquellos presupuestos que determinan una situación no coyuntural con raíces multicausales, al cual bautizamos como Modelo Policial Hegemónico.

En el capítulo tercero, ¿Qué Hacer? realizamos un aporte para revertir la situación policial descripta en los anteriores, en el supuesto de pretender llevarse a cabo un proceso de reforma. A su término, incorporamos un compendio de Medidas Inmediatas y Posibles para la puesta en marcha de una fuerza de policía, aplicable en casos de emergencia institucional.

El capítulo cuarto, surgió de una necesidad, la de recapitular, aunque es más una respuesta obsesiva que un nuevo aporte académico.

Cada capítulo, admite una división por temas, que no es rígida pues su tratamiento es en conjunto, debido a la interrelación existente entre los mismos.

Finalmente, quiero agradecer a todos mis colegas y alumnos por la fuerza y determinación que me dieron sus invaluables aportes, sobre todo, de quienes me manifestaron su disconformidad y escepticismo, por el tratamiento de una problemática a la cual calificaron de escabrosa e irreversible.

La Plata, en su otoño del año del Señor 2008.

Raúl Marcelo Cheves